lunes, 12 de julio de 2010

Color amor


El color de sus paredes hablaba de sus pasiones viejas. Las habían pintado entre los dos hacía mucho y nunca las habían retocado. Tenían el descolorimiento propio del tiempo, el desgaste de los años, y eso las hacía más bellas. Estaban pintadas de estuco, de un rojo que bañaba de calidez todos los rincones. Habían resuelto coronar los techos de azul cielo. Romper el colorado, pintanto las columnas que remataban los arcos de su casa en un azul marino. Esos colores habían hacido una tarde de amor sublime. Aquel día Fiamma le había dicho a Martín que lo veía azul, color de mar; le dijo que desde que lo había visto la primera noche había notado a su alrededor un halo índigo. Lo había sentido tono cielo. Tono luna. Él en cambio dejó escapar entre besos que siempre la había visto en color rojo, con matices naranja. Como sol exprimido. Como fuejo ardiente. Pasión al rojo vivo. Aquella tarde de juegos coloristas había sido la más bella de sus vidas. Habían estado haciéndose el amor; llorando de placer. La boca de ella había sido una abeja hambrienta sobrevolando el cuerpo de él; libándole entre los pliegues todas sus mieles. Las manos de Martín habían sido cuerdas tensas de un arpa que desprendía música a su paso. Ella se había sentido ingrávida; aquellas manos levantaban sus caderas como plumas. La elevaban y bajaban con una suavidad y cadencia que contrastaba con la violencia que le embestía por dentro; había entrado a su cuerpo para arrancarle el alma. Se habían relamido y chupado su fatiga de amor hasta saciarse. Ese día ella había definido a Martín como una fuerza suave. Él había confirmado en Fiamma su color, al sentirle las borrascas de su cuerpo. ...
Aquella tarde habían decidido pintar las paredes de su casa del color del amor, del corazón, de las rosas, del fuego, de sus sexos, de sus bocas, de sus lenguas.....
.........

continuará...


(De los amores negados).

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